Comer sano para vivir… o vivir para comer sano?
A los conocidos trastornos alimentarios como la bulimia y la anorexia, se ha incorporado un tercero llamado ortorexia que se define como la “obsesión por comer sano“. Cuando la alimentación saludable se convierte en un mandato compulsivo, constituye una alteración patológica del comportamiento alimentario. Quienes padecen esta condición, excluyen de su dieta los alimentos con componentes artificiales, las carnes y todas las comidas que contienen grasas. Sólo consumen alimentos de cierto tipo, considerados beneficiosos: orgánicos, vegetales, sin colorantes, crudos, etc…
Esta obsesión puede llevar a alguien a preferir pasar hambre (auto-infligiéndose ayunos), antes que ingerir alimentos que estén fuera de su rigurosa dieta. Las personas con ortorexia no comen en restaurantes, en casa de otras personas, o en cualquier otra circunstancia en la que no puedan controlar la procedencia -o a la forma de preparación- de las comidas. Cuando, por alguna razón, ingieren algún alimento que está fuera de su dieta, les embarga un sentimiento de culpa que traducen en forzadas abstinencias. Estos ayunos son una forma de castigar la “debilidad” de haber quebrantado su disciplina.
La auto-exigencia con las comidas hace que una persona pase gran parte del día pensando en aquello que va a comer y se preocupe más por la calidad de los alimentos que por el placer de comerlos. Ello se convierte en un círculo vicioso, en el que cada vez se invierte más tiempo en planificar las comidas y se excluyen más alimentos del régimen. Finalmente, se vive pensando en la comida. Es así que la expresión “vivir para comer” cobra con la ortorexia un nuevo significado: ya no significa únicamente comer mucho, sino obsesionarse con la alimentación.
La ortorexia conduce a una carencia de nutrientes resultante de una dieta desequilibrada y prolongados ayunos, que con el tiempo desemboca en enfermedades como la anemia, el déficit vitamínico y la fatiga. Una de las características de quienes padecen esta obsesión, es que se sienten más virtuosos que otras personas, porque piensan que someterse a una estricta disciplina es una señal de dominio personal. A nivel emocional, provoca aislamiento (producto de la rigidez de los hábitos y de la creencia de superioridad ya mencionada). Otra consecuencia emocional es la irritabilidad y la insatisfacción, como consecuencia de la pérdida del placer en la alimentación.
Dos de las principales características de las personas con ortorexia, es la tendencia a hacer dietas permanentemente y la falta de claridad en la información sobre aquello que es bueno comer y aquello que es malo. Ambos factores contribuyen a confundir una conducta saludable… en obsesiva.
Lo más grave respecto a la ortorexia y la vigorexia, es que las personas no las reconocen como un problema, porque las asocian a una vida “saludable”. Incluso, muchas piensan que es mejor ser adicto a hábitos saludables que a hábitos no-saludables. Esto es erróneo: toda forma de adicción (sea al cigarillo, o a las frutas) es perjudicial, porque conduce a un desequilibrio psico-físico.
Otra señal de preocupación, es que estos hábitos extremos transforman una motivación positiva (cuidar la salud y tener una mejor calidad de vida) en algo negativo: la pérdida de control sobre las acciones.
Ambas enfermedades nos llevan a reflexionar sobre la confusión entre medios y fines: la alimentación y el deporte deben ser un medio para lograr una mejor calidad de vida, no un fin en sí mismos. Para evitar ser obsesivamente sanos, debemos comprender que nuestra salud es algo integral y que -para cuidarla- necesitamos cuidar todos sus aspectos de manera muy equilibrada.