La cirugía plástica es un tratamiento muy extendido en todo el mundo, utilizado para borrar las huellas de quemaduras, heridas y operaciones y para eliminar anomalías físicas. Pero su aplicación más popular no es la médica, sino la estética. En nuestro continente, más de medio millón de personas se someten anualmente a una cirugía estética de forma voluntaria.
Contrariamente a lo que uno pudiera pensar, quienes más se practican estas cirugías son hombres y mujeres considerados muy atractivos, según la opinión y los estándares de la mayoría. Pero para estas personas, la autoestima -y la felicidad- dependen tanto del atractivo físico, que necesitan “mejorar” continuamente su imagen
Para muchos, el concepto de mejora se asocia casi exclusivamente al exterior, a aquello que se puede mostrar. Esta es una de las razones que lleva a tantas personas a realizarse cirugías estéticas: la promesa de verse mejor. Esta promesa puede calar tan hondo en alguien, que llega a convertirse en una obsesión.
Cuando alguien vive esta disonancia entre aquello que siente y la forma en que se ve, puede llegar a pensar que lleva puesta una máscara. En el peor de los casos, esto plantea una duda perturbadora: ¿quién soy?
Definitivamente, el tema es complejo. Lo que sí podemos afirmar es que las cirugías estéticas son parte de una humanidad para la cual la naturaleza ya no define la imagen. Estas intervenciones permiten alterar la naturaleza, modificando el cuerpo (removiendo grasas, agrandando músculos, quitando -o agregando- partes, etc..) según un “ideal”. La cirugía estética ofrece un maquillaje permanente que suaviza lo que algunos consideran sus “fallas naturales”.
Detrás de la compulsión a alterar el cuerpo, existe una norma social muy poderosa: las personas bellas atraen a los demás e influyen sobre ellos. La belleza da frutos, porque la apariencia física continúa siendo la principal forma en que las personas se juzgan unas a otras. Por ello, cuando alguien afirma que se hace una cirugía tras otra sólo por motivos personales, es difícil creer que no está pensando -aunque sea un poco- en los demás. La mayoría de las personas se somete a estos tratamientos por razones “prácticas”: competir con personas más jóvenes en el mercado laboral, conseguir pareja, tener una vida social más activa, etc.
Es absolutamente legítimo querer verse bien, pero llevar a un extremo la búsqueda de perfección física puede hacer que nos transformemos en una sociedad donde todos nos parezcamos a Dorian Gray. Esta sociedad estaría habitada por personas torturadas frente al espejo -y nunca conformes con sus cambios- como aquel personaje de Oscar Wilde.
Cuando alguien se hace una cirugía estética, indudablemente busca un cambio. Pero la verdadera cara del cambio… es mucho más que cambiar de cara.